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jueves, 10 de marzo de 2011

HORACIO, SU FE, SU PASIÓN, SU VOLUNTAD


 

Por: Marco Sipán Torres

 

Ni la Razón ni la Ciencia pueden satisfacer toda la necesidad de infinito que hay en el hombre. La propia Razón se ha encargado de demostrar a los hombres que ella no les bas­ta. Que únicamente el Mito posee la preciosa vir­tud de llenar su yo profundo. J.C. Mariátegui. ALMA MATINAL

 

Encontramos en la vida de Horacio Zeballos Gámez un aporte importante a la construcción histórica del socialismo peruano. Otear su permanente lucha como dirigente popular genera expectativas a todas las generaciones de comunistas de Patria Roja, que entendiendo la responsabilidad de heredar su mística, reafirman su compromiso en la lucha rebelde de los pueblos por justicia y libertad.

 

El escenario político del país en la década de los setenta en el siglo pasado, reflejaba la crisis mundial de la post guerra y la crisis del estado de bienestar Europeo. Las Trasnacionales Norteamericanas imponían gobiernos para mantener resguardados sus intereses en toda Latinoamérica y como medidas de ajustes pactaban con las clases dominantes locales para garantizar reformas que no pongan en juego el statu quo. El gobierno de las Fuerzas Armadas dirigidos por Velazco con un discurso "ni Capitalismo, ni Socialismo" acababa de dar un duro golpe a la oligarquía,  la cual había sentido por primera vez el miedo de la expropiación.

 

En el país el auge del movimiento popular era impresionante. La esperanza por hacer que la tortilla se vuelva, era un fuerte latido en la juventud revolucionaria de aquellos años. La posibilidad de que los pobres pudieran asumir el poder era la ilusión de moda y colmaba de ideas a las vanguardias políticas de la izquierda que diseñaban la materialización de una revolución socialista en el Perú.

 

Horacio surge de la parte sur del magisterio como líder carismático con un sutil perfil de profeta bíblico que luego de encomiables luchas por hacer llegar el conocimiento a los niños pobres del pueblo de Pitay inicia toda una carrera por unificar al magisterio peruano coronando sus esfuerzos en la fundación del Glorioso SUTEP.

 

En su biografía encontramos que desde su niñez el trabajo no le fue esquivo luego de emplearse como portero a los once años de la Estación Radiotelegráfica en Camus su ciudad natal, se hizo obrero a los quince años de edad de la Souther Perú Copper Corporation en Toquepala. Las vivencias de estos años forman su carácter y el reconocimiento de su identidad popular, el paso por la universidad da orden a su visión de la realidad e inicia en la poesía el romance con la utopía de una sociedad mejor.

 

En la década de los 70 la pobreza alcanza índices muy altos por encima de la mitad de la población.  Ser maestro era percibido como un profesional de clase media, sin embargo la lucha social de los obreros y campesinos desencadeno la solidaridad de clase que se requería para hacer frente a la dictadura militar de aquellos años. Y el SUTEP se puso a la vanguardia del movimiento social, asumiendo la posición clasista de los maestros que no solo aspiraban a mejores condiciones laborales sino transformar el Perú.

 

Horacio estaba convencido que el sufrimiento de los muchos peruanos tenía que terminar, confiaba firmemente en que el pueblo organizado asumiendo una conciencia propia  conseguiría dar el gran salto a la conquista del poder, esa era su verdad. Y era la verdad que impregnaba a los miles de maestros que iniciaron junto a él la fe de combate revolucionario con total compromiso por la causa emancipadora y vasta disposición heroica incluso poniendo en riesgo la propia vida. Este dogma se afirmaba en la lucha por el mañana, en el futuro para las nuevas generaciones, en los sacrificios actuales para los beneficios futuros. No se entendía que venía después, había que construir el camino, caminándolo. Y Horacio marchaba adelante.

 

¡El SUTEP luchando también está educando! ¡La lucha es el camino, el SUTEP lo demuestra!, eran las consignas vitoreadas por esos días, al escucharlas los maestros y las maestras fundían su pasión con su fe, al lado de Horacio sus emociones se intensificaban, no había instante para dudar, si la muerte era necesaria, bienvenida. Ni los palos, ni el Sepa, ni las huelgas de hambre detuvieron a Horacio, el magisterio lo sabía y lo reconocía con luchas en las calles, con la firme convicción que era él quien los conduciría  hacia el socialismo. Aquella sociedad de plenitud para los trabajadores, que con cada marcha se sentía más cerca.

 

La definición de agonía de José Carlos Mariátegui encajaba de manera precisa en Horacio. Horacio agonizaba por que luchaba, su pasión por la política revolucionaria lo ennoblecía, esa misma pasión era la fuerza vehemente que sobrepasaba los intereses de este mundo y lo conducía a afirmar: he aprendido que no traicionar es un mandamiento. Mas allá de las inclemencias represivas y de su salud golpeada muchas veces, el espíritu comunista se imponía cada tanto que había que enseñarle al gobierno la dignidad del magisterio en las calles. La herencia de Horacio sigue vigente: nunca traicionar, nunca dividir, ni al pueblo, ni el sindicato, ni el partido.

 

Horacio tuvo esa voluntad de los grandes de la historia, creyó en algo y fue a buscarlo, entendió la necesidad de la unidad del magisterio y fue su primer secretario general fundador, comprendía que la dignidad de los maestros no se mendiga, sino se conquista y hiso temblar a Velazco y compañía, y junto al pueblo también se puso de pie para derrumbar a la dictadura militar de Morales Bermúdez. Esta voluntad fue construida en la lucha y definió su temple que aún en un cuerpo sencillo expresaba la tenacidad de aquellos titanes que el pueblo pare en épocas inciertas para que nos recuerde que el pueblo unido, jamás será vencido.

 

¡VIGENCIA ETERNA AL CAMARADA HORACIO ZEBALLOS GAMEZ, CON SU EJEMPLO VENCEREMOS!


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